PEREGRINAÇÃO: NOS PASSOS DE EDITH STEIN

PEREGRINAÇÃO: NOS PASSOS DE EDITH STEIN

sexta-feira, 29 de janeiro de 2010

O Centro Loyola de Fé e Cultura

O Centro Loyola de Fé e Cultura / PUC-Rio promove no dia 20 de março de 2010 o mini-curso Edith Stein: antropologia e espiritualidade, com a Ir. Jacinta Turolo Garcia e com a Profª. Maria Lucia Gyrão.
Inscrições e informações pelo site: http://www.clfc.puc-rio.br/edith_stein_2010.html

Não percam!

sábado, 23 de janeiro de 2010

Material envido por nossa correspondente de Roma

Edith Stein o la sed de Verdad

Filósofa, universitaria y mujer a principios del siglo XX, son pistas que llevan a la idea de liberación femenina y libertad suprema. Sin embargo, ésta, la libertad en grande, Edith Stein la abrazó al decidir vivir en un convento de clausura y al aceptar su muerte causada por los nazis. ¿De qué libertad hablaba? ¿Cúal era su sed de Verdad?

Edith Stein (1891-1942), la menor de una familia de alemanes judíos, fue educada según un elevado código ético integrado por virtudes como la sinceridad, el trabajo, el sacrificio y la lealtad. En su magnífica autobiografía, que lleva por título Estrellas amarillas, nos cuenta que conocía la religión judía pero no creía en ella ni la practicaba, y que su búsqueda apasionada de la verdad le llevó a estudiar Filosofía en la Universidad de Gottingen, porque allí enseñaba Edmund Husserl, famoso por su obra Investigaciones lógicas. Husserl, que había abandonado las Matemáticas por la Filosofía, gozaba de un inmenso prestigio y desenmascaraba el cientifismo con palabras severas: «La ciencia no tiene nada que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones del sentido o sinsentido de la existencia humana. » Edith participa activa y gozosamente en la vida universitaria. Esos años serán para ella una etapa de especial maduración:
Todas las pequeñas bonificaciones que nos proporcionaba nuestro carné de estudiantes -rebajas para el teatro, para conciertos y otros espectáculos- las veía yo como un cuidado amoroso del Estado para con sus hijos predilectos, y despertaban en mí el deseo de corresponder más tarde con agradecimiento a la sociedad y al Estado, mediante el ejercicio de mi profesión. Yo me indignaba por la indiferencia con que la mayoría de mis compañeros reaccionaban ante las cuestiones sociales. Algunos no hacían otra cosa en los primeros semestres que ir tras los placeres. A otros, sólo les preocupaba lo que necesitaban para pasar el examen y más tarde asegurarse el pesebre.

Entre los compañeros de Edith, se decía en broma que, mientras otras chicas soñaban con besos, ella soñaba con Husserl. Lo cierto es que, a través de las Investigaciones lógicas, se embarcó en la búsqueda incondicional de la verdad hasta llegar a ser ayudante de cátedra del maestro. Alrededor de Husserl se había formado un grupo de jóvenes bien dotados y tenaces en el estudio: Adolf Reinach, Max Scheler, Roman Ingarden, Hans Lipps, Dietrich van Hildebrand y algunos otros. Todos brindaron a Edith su amistad y dieron a esos años un sabor inolvidable:
¡Querida ciudad de Gottingen! Creo que sólo quien haya estudiado allí entre 1905 y 1914, en el corto tiempo de esplendor de la escuela fenomenológica, puede comprender lo que nos hace vibrar este nombre.

Edith se integró en el grupo gracias a la generosidad de Adolf Reinach, joven profesor de mente aguda y gran corazón. Reinach, ateo, se enfrentó al horror de la guerra en 1914, y la búsqueda de sentido le llevó a la fe cristiana.
Edith también se sintió fascinada por Max Scheler, converso igual que Reinach:
Tanto para mí como para otros muchos, la influencia de Scheler rebasó los límites del campo estricto de la Filosofía. No sé en que año llegó a la Iglesia Católica, pero ya por entonces se encontraba imbuido de ideas católicas y las propagaba con toda la brillantez y la fuerza de su palabra. Éste fue mi primer contacto con un mundo completamente desconocido para mí No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de fenómenos ante los que yo no podía estar ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos ver todas las cosas sin prejuicios ni anteojeras. Así cayeron los prejuicios racionalistas en los que me había educado sin darme cuenta, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba a diario y a las que admiraba vivían en él. Tenían que ser, por lo menos, dignas de ser consideradas en seno.

Los prejuicios de Edith eran los prejuicios de todo racionalismo: la tendencia a pensar que sólo el conocimiento que significa un control exhaustivo de la realidad es digno de una persona culta. Esos prejuicios la encerraron durante años en un mundo estrecho, hasta que el trato con la escuela fenomenológica fue derribando las barreras. Un día, paseando con Pauline Reinach por la ciudad vieja de Francfoft y recordando lo que de ella cuenta Goethe, Edith confiesa que le esperaba una experiencia mucho más impresionante:
Entramos unos minutos en la catedral y, en medio de aquel silencio, entró una mujer con su bolsa del mercado y se arrodilló con profundo recogimiento para orar. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes que yo conocía se iba sólo para los oficios religiosos. Aquí, en cambio, cualquiera en medio de su trabajo se acercaba a la iglesia vacía para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar.

La primera guerra mundial hace saltar la paz en mil pedazos. Papini dirá que, en esos años, Europa será un infierno iluminado por la condescendencia del sol. Edith se enfrentará a esa nueva situación con energía y un gran sentido de la solidaridad:
Ahora mi vida no me pertenece, me dije a mí misma. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. Supe que se preparaba un curso de enfermeras para estudiantes e inmediatamente me inscribí. A partir de ese momento fui a diario al Hospital de Todos los Santos. Asistía a clases sobre cirugía y epidemias de guerra y aprendí a hacer vendajes y a poner inyecciones. También hacía ese curso mi antigua compañera Toni Hamburger, y ambas competíamos por adquirir conocimientos. Como nuestro manual de enfermera no me satisfacía, en casa eché mano del atlas de anatomía de Eroa y sus gruesos manuales de Medicina. Iba frecuentemente a la clínica de ginecología a verlas y para hacer prácticas de asistencia a partos. Se alegraban mucho de mi interés por su especialidad. Tuvimos que declarar si nos poníamos a disposición de la Cruz Roja. Por parte de mi madre encontré una fuerte resistencia. Como sus argumentos no surtían efecto me dijo con toda su energía: «No irás con mi consentimiento.» A lo cual yo repuse abiertamente: «En ese caso tendré que ir sin tu consentimiento.» Mis hermanas asintieron a mi dura respuesta. Mi madre estaba acostumbrada a una resistencia semejante. Amo o Rosa le habían dirigido a menudo palabras mucho peores, pero en momentos de excitación en los que estaban fuera de sí, y que se olvidaban inmediatamente. En este caso la situación era peor.

Adolf Reinach muere en el frente de batalla. Edith viaja a Friburgo para asistir al funeral y consolar a la viuda. La entereza de su amiga Ana, su confianza serena en que su marido estaba gozando de la paz y la luz de Dios reveló a Edith el poder de Cristo sobre la muerte. Hubiera sido comprensible la rebelión de Ana ante la desgracia que destruía su vida, y Edith hubiera considerado normal encontrada abatida o crispada. Pero se encontró con algo totalmente inesperado: una paz que sólo podía tener un origen muy superior a todo lo humano:
Allí encontré por primera vez la Cruz y el poder divino que comunica a los que la llevan. Fue mi primer vislumbre de la Iglesia, nacida de la Pasión redentora de Cristo, de su victoria sobre la mordedura de la muerte. En esos momentos mi incredulidad se derrumbó, y el judaísmo palideció ante la aurora de Cristo: Cristo en el misterio de la Cruz.

Esta luz se acrecentó de forma decisiva en la casa de campo de unos amigos. Pasaba Edith unos días de vacaciones. Una noche tomó de la biblioteca un libro al azar, que resultó ser La vida de santa Teresa, su célebre autobiografía:
Empecé a leer y fui cautivada inmediatamente, sin poder dejar de leer hasta el fin. Cuando cerré el libro, me dije: «¡Esto es la verdad!»

El 1 de enero de 1922 Edith sintió que, con el bautismo, renacía a una vida que la colmaba de gozo. Dejó la universidad y trabajó en el Instituto Pedagógico de Münster hasta su destitución, en 1933, por el régimen nacionalsocialista. Un año más tarde profesó como carmelita descalza. En 1938, ante el antisemitismo nazi, sus hermanas del Carmelo de Colonia entienden que es prudente que salga de Alemania y se traslade al convento de Echt, en Holanda. Allí fue hecha prisionera en 1942. El 9 de agosto de ese mismo año entregó su alma al Señor en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz. Muchos se han preguntado, empezando por el mismo Husserl, qué pudo hallar Edith Stein en la vida de Teresa de Ávila para decidirse a dar el salto hacia la fe. La respuesta que propone el profesor López Quintás, en su ensayo Cuatro filósofos en busca de Dios, son unas palabras que Edith Stein publicó el mismo año de su conversión en un trabajo de psicología:
Hay un estado de descanso en Dios en el que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado ese estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción. No es la detención de la actividad que sigue a la falta de impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad. Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y -sin ninguna presión por parte de mi voluntad- a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este flujo vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona.

Tomado de "Dios y los náufragos", de J. R. Ayllón (ed. Belacqua 2002).


extraido: http://www.elsentidobuscaalhombre.com

sábado, 16 de janeiro de 2010

COLOQUIO DEL COLEGIO DE BERNARDINS DE PARÍS



Edith Stein y la alegría de vivir

Communicationes

PARÍS (28-12-2009).- Los carmelitas Didier-Marie Golay, del Carmelo de Avon, y Christofer Betschart, de la Universidad de Friburgo, participaron el pasado 5 de diciembre en el Coloquio organizado en París por el Colegio de Bernardins en torno a la figura intelectual y espiritual de Edith Stein y el tema de la alegría.

“Edith Stein: La alegría de vivir” puso título a este evento en el que se discutió acerca del lugar que ocupa la alegría en la vida, más allá de las situaciones concretas y de un mero sentimiento. La experiencia que la santa carmelita traslada es la de una alegría interior, que se gana y se construye. Una alegría que se da incluso en medio de los momentos más oscuros y difíciles de la vida, y que la propia filósofa vivió a pesar de haber sido víctima de la persecución antisemita.

Alrededor de 150 personas abarrotaron el salón de actos del centro Bernardins de París, el mismo lugar donde el papa Benedicto XVI se dirigió a los intelectuales franceses en su visita a París, en septiembre de 2008.

Fonte: http://www.carmelitaniscalzi.com/vercommunicationes.php?Id=2214

www.carmelitasdescalzos.com

sábado, 2 de janeiro de 2010

EPIFANIA (Edith Stein)





“Os Magos tem também para nós um sig­nificado especial. Mesmo que já pertençamos à Igreja visível, percebemos muitas vezes a necessidade in­terior de superar os limites das concepções e costumes herdados. Conhecíamos a Deus, porém sentíamos que Ele queria ser bus­cado e encontrado de uma maneira nova. Por isso buscamos uma estrela que nos indique um caminho reto. Esta estrela manifestou-se na graça de nossa vocação. Nós a seguimos e no final do caminho encontramos o Menino divino. Ele estendeu suas mãos para receber nossos dons e esperava de nós o ouro de um coração libertado dos bens terrenos, a mirra da renúncia à felicidade deste mundo, para receber em troca a par­te da vida e dos sofrimentos de Cristo, e finalmente, o incenso de uma vontade com altas aspirações, que se entrega totalmente, para submeter-se à vontade divina. Em troca destes dons, o Menino divino entrega-nos sua própria vida.

Este admirável intercâmbio não foi sem dúvida o único. Ele plenifica nossa vida inteira. Depois da hora solene da nossa entrega nupcial, seguiu-se o afazer cotidiano da vida religiosa. Tivemos que «voltar ao nosso país de origem», mas «por outro caminho», conduzidos pela luz nova que havia iluminado aquela hora solene. Esta luz nova exige também que busquemos com novos olhos. «Deus se deixa buscar», disse Santo Agustinho, «para deixar-se encontrar. E Ele se deixa encontrar para que possamos buscá-lo novamente». Depois de cada hora marcada pela graça, temos a impressão de que começamos a compreender nossa vocação. Por isso, o fato de renovar cada ano nossos votos responde a uma profunda necessidade interior e tem especial importância que o façamos no dia da festa dos três Reis Magos, cuja peregri­nação, e adoração ao Menino é um modelo para nossa própria vida. O Menino divino responde a cada uma das renovações de nossos votos, feitas com sinceridade de coração, com uma renovada aceitação de nossa vida numa íntima comuni­cação interior. Esta aceitação representa, por sua parte, uma nova e silenciosa ação da graça em nossa alma. Quem sabe expressa-se inclusive, numa «epifania», numa revelação da obra de Deus em nossa conduta exterior e em nossas ações, que até possam ser percebidas à nossa volta. Mas pode ser também que produza frutos que permaneçam ocultos aos outros, dos quais brotam fontes misteriosas de vida.

Vivemos hoje numa época que necessita urgente­mente de uma renovação a partir das fontes escon­didas das almas intimamente unidas a Deus. Há muita gente que tem suas últimas espe­ranças postas nestas fontes da salvação. Esta é uma admoestação muito séria: de cada um de nós se exige uma entrega total ao Senhor que nos chamou, para que possa ser renovada a face da terra. Numa total confiança devemos abandonar nossa alma às inspirações do Espírito Santo. Não é necessário que experimentemos a «epifania» de nossa vida, e sim que temos que viver na certeza da fé de que, o que o Espírito de Deus faz de forma es­condida em nós, produz seus frutos no reino celestial. Nós os veremos na eter­nidade.

Desta maneira queremos apresentar ao Senhor nossas oferendas e as depositamos nas mãos de sua Mãe. Este primeiro sábado foi consagrado especialmente ao seu nome e nada pode significar para seu coração uma alegria maior que a entrega cada vez mais profunda de nosso coração ao co­ração de Deus. Além disso, ela intercederá ante o Menino no presépio, para que tenhamos santos sa­cerdotes e para que suas obras sejam plenas de bênçãos. Esta é a petição que este sábado sacer­dotal exige de nós e que a Mãe de Deus colocou em nosso coração como elemento essencial de nossa vocação carmelitana.”

(Trecho de Edith Stein, Epifania. Escrito provavelmente a 6 de janeiro de 1940. Trad. Fr. Alzinir).